Mar 11, 2011

Madrid, 11 de marzo 2004, desde Londres

El 11 de marzo de 2004 me encontraba en Londres. Llevaba dos meses. Cuando un hombre, barbudo, británico y negro del Caribe, empleado en un Job Centre de High Street Kensington, se enteró de que yo era Spanish, giró la pantalla de su ordenador para mostrarme lo que para él, y para la BBC en esos momentos, había sido el peor y más horrible atentado de ETA en toda su historia. Me quedé inmóvil, sin crédito. No recuerdo cuando supe que finalmente no había sido obra del terrorismo nacionalista vasco, sino de aquello que llaman Al Qaeda.



Tampoco, desde Londres, pude observar de cerca ni vivir el clima de los días siguientes, que – no casualmente – rodearon las elecciones generales del 14 de marzo. En un país sensible (tanto en el sentido anglosajón como en el latino), ante una situación de estas características tan desafortunadas, el pueblo se uniría para levantar la moral común. Ciertas desgracias mayúsculas, naturales o artificiales, suelen tener un punto en común: a raíz de lo peor, surge lo mejor de un pueblo, su fraternidad. Sin embargo, en el caso del 11 de marzo de 2004, hablamos de un país como España, esa nación discutida y discutible.



Desde Londres, me perdí esos tres días en los que las emociones e incertidumbres de una conmoción mortal tan horrible como perversa fueron manipuladas por un grupúsculo, que no respetó ni el luto, ni – ya puestos – las reglas de la política, en una situación tan especial. Los que ansiaban tanto la revancha y la toma del poder, se aprovecharon de la coyuntura, de la desnudez de la sociedad española ante el perpetrado atentado. Anteriormente, los socialistas ya se habían sentado con el Rey de Marruecos – por entonces vecino incómodo, recordemos Perejil – para meter la zancadilla al Gobierno español de Aznar. Posteriormente al 11-M, los socialistas hicieron poco menos que acusar al Gobierno de la gaviota del propio atentado. Y los tentáculos del progresismo en la sociedad civil – en el mundo de la comunicación social, de forma notoria – ayudaron a forjar aquel cambio de rumbo en la historia reciente de España, aventajándose con la tragedia en medio de tiempo de luto y reflexión.



Desde Londres, me perdí aquellas jornadas de reflexión convertidas en jornadas de ataques. Me perdí aquellas jornadas en las que el pueblo, y los partidos, como articuladores de las voces del pueblo, no fueron capaces de llegar a un acuerdo de unión. Algunos, no fueron capaces de ver la oportunidad que tenía España de alzar un solo (uno solo, de todos) grito de fraternidad contra una violación tan mortalmente terrorífica. Aunque, eso sí, fueron capaces de vislumbrar la oportunidad de ocupar las posiciones de poder de los desacreditados. Y para eso, lo más fácil era empujar y manipular aún más el juicio popular. Iraq había sido una mala decisión. 11-M, casi con certeza, fruto de ella. La culpa del atentado, pensaron algunos, no debía de ser atribuída a quien lo cometió, sino a aquellos que decidieron apoyar una guerra contra Saddam. Y mientras los cadáveres aún conmovían y conmocionaban España, desde Londres, no se sintió una voz que pensase que quizás no era la mejor situación para decidir sobre el futuro de un país. Ni mucho menos. Esas 72 horas de muerte sirvieron para que la retórica y el márketing del entonces zapaterismo en pañales y aliados ya diese muestras de sus destrezas mediáticas. Una pena que fuese en medio de aquella atmósfera, cuya tristeza e impotencia eran demasiado fuertes para ver lo miserable y sin escrúpulos del gobierno de las juventudes socialistas de los siguientes 7 años.



La política del socialismo español de tinta zapaterista ha demostrado – y sigue demostrando – que cede ante el terrorismo siempre y cuando eso sea conveniente para conseguir su último fin, caiga quien caiga. Y su tremenda capacidad para conseguirlo consiste en persuadir y confundir al español con sus falacias, la primera de ellas, el mundo irreal sobre el que ellos hablan y en el que actúan. Porque, con rigor, lo único que el zapaterismo consiguió demostrar en el mundo real, es su ineptitud e incompetencia (y la crisis es exponencialmente más crisis gracias a ella).



Hoy en día, desde la península ibérica, siete años después de aquel atentado fatídico, curiosamente aún no sé quienes fueron los culpables. Eso sí, me entero de las irregularidades y mentiras de la investigación, así como de la manipulación de las pruebas por parte de autoridades públicas. Y pienso que un gran desastre nos dio la oportunidad de ser un país decente y digno de respeto. Aunque, lamentablemente, algunos sacrificaron la decencia y la dignidad por otras guerras de poder, que ni la justicia debida a las víctimas del 11-M consiguió temperar.



P.D. Si hoy en día una fuerza terrorista, nacional o extranjera, realizase una agresión a nuestro país de aquel calibre, y asesinase a nuestros compatriotas, será que algunos se revelarían contra nuestro propio Gobierno? Sería justo aprovechar el clima de desesperación para sembrar más incertidumbres con manifestaciones partidarias -- de demostrada dudosa credibilidad? O nos indignariamos con el culpable, rechazando el ataque de forma unánime? Si un atentado así aconteciese hoy en día, sería moralmente aceptable atacar a nuestro gobierno por un atentado perpetrado por terroristas? Sería lógico que la oposición se aprovechase del clima de desconcierto? Y si esto aconteciese dos días antes que unos comicios, los celebraríamos? Yo, con este percal,  quizá preferiría estar en Londres.

Todos los 11 de marzo deben ser la fecha en la que el zapaterismo se recuerde a sí mismo su falta de escrúpulos, su nula elegancia, su ausencia de responsabilidad, su mínimo sentido de estado y su tendencia fraticida. Y sobre todo, la siniestra condición mortal sin la cual nunca llegaría al poder.

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