
Me parece mal que se defiendan los toros ante las amenazas de prohibición antitaurinas. Me parece mal, porque creo que no teníamos que llegar a tal punto.
Creo que se ha llegado a defender la prohibición de las corridas como una amenaza a la libertad. Pienso que no hace falta tal cosa. Ahora, desde mi punto de vista se ha dicho otra cosa que es una gran estupidez. “No me gustan, pero entre prohibir y dejar, me quedo con la segunda”(o algo así era lo que decía un periodista de La Voz de Galicia, en un artículo que más parecía una Carta al Director, escrita por un estudiante universitario de primer anho.
O sea, el señorito dice que no le agradan las corridas, pero prefiere que no las prohíban porque no simplemente, eso de prohibir, no le va.
Si es así que se defiende un argumento, es mejor no defender nada. Si defendemos la existencia de tales artes no es porque no creamos que no se deba prohibir nada. Que sería de nuestra sociedad si aceptáramos todo como un rebano! Qué sería de nuestra sociedad si permitiésemos todo! Que permitiésemos que el hijo le dé órdenes al padre, o el alumno a su profesor, o que se permitiese escupir en el pasillo de un edificio público, en fin, que se permitiese todo lo que viole una conducta justa del ser humano en sociedad, y el respeto por la libertad de los otros. Aún así, supongo que le periodista quería decir que “en este contexto”, entre prohibir y permitir, se queda con lo segundo.
Pero si defendemos las corridas, no es por tal absurda e inútil explicación que nos traería consecuencias muy graves si la aplicásemos a otros contextos o situaciones complejas. Igual que el hijo no debe dar órdenes al padre, una parte de la sociedad que obtenga una voz política, sea a través de una organización política o mismo el Gobierno, no debe comandar a otra parte de la sociedad de forma paternal. Ni el Estado, ni una parte, aunque sea una mayoría, debe exhibir o convertir un gusto (que sólo aporta riqueza en términos agregados), como es el gusto por los toros, en un problema político. Ni un Estado, ni una parte, debe acreditarse como padre de la otra parte para determinar que algo es ilegítimo cuando no lo es, y nunca lo fue. Los libros de Hegel no son entendidos por la gran mayoría de personas, y por eso no son ilegítimos. Podemos prohibir el rugby, porque los jugadores se hacen danho (y sufren), y además es un deporte minoritario. Parece que vamos por ese camino.
Se haga sufrir o no al toro, no admite discusión. El animal no tiene derechos. Simplemente. Defender los derechos de los animales es otra posición mayoritariamente hipócrita, una consecuencia de una ignorancia racional iniciada por unos, y continuada por otros aún más perdidos en la vida. Para ser portador de derechos, es necesario tener responsabilidades. Esta es una cosa que se olvida en una sociedad en la que nos acostumbramos a pedir y a recibir en nuestro bolsillo derecho sin dar nada de nuestro bolsillo izquierdo. Ignoramos el sacrificio, e ignoramos que siendo meramente portadores de derechos nos dirigimos a un Estado que asume nuestros deberes y toma todas nuestras decisiones invadiendo nuestro espacio privado, haciéndolo eventualmente desaparecer. Nos convertimos en animales domesticados. Y algunos quieren que las personas sean animales y que los animales sean más libres que las personas. Serán los perros quién realmente paseen a sus dueños? Un derecho negativo implica un deber cívico, el deber de respetar conscientemente la libertad del prójimo sin invadirla y las instituciones, sin violarlas. Sin deberes estamos a merced de un futuro aún más incierto y violento. Además, los derechos son una creación humana a raíz de la vida en sociedad, que, sin moral ni consciencia de nuestra propia muerte, no existirían. Los derechos existen para elementos con categoría moral. Para las plantas y los animales se exige respeto. Los animales nunca necesitarán derechos, porque como decía Rousseau, un animal es a partir de los primeros meses, lo que será para toda su vida. Decía también que sólo el ser humano esta sujeto a la imbecilidad. Y nosotros, lo demostramos. Pero también demostramos algunas cosas más optimistas.
Quien se sienta con el deber de prohibir los toros, está ignorando, y está asumiendo un poder que no le corresponde en nombre de unos seres que no pueden hablar y por tanto no le pueden comunicar su opinión sobre el asunto. Los Partidos de Defensa a los Animales son a menudo útiles en cuestiones ambientales o materias críticas para la conservación de ciertas especies. Sin embargo, en el tema de los toros y otros, se erigen portadores de una moral superior con la que ellos y los animales se sitúan en un lugar de dignidad más alto que el resto. Ignoran el significado y la simbología de la matanza del toro, y con esa ignorancia quieren censurarla. No les llega con no mirar una actividad que detestan, como yo hago con el Cricket o con la caza. Nadie tiene una relación tan cercana y de tanto carinho con los toros como sus criadores. Nadie conoce a los toros, ni les debe tanto, ni los aprecia tanto, como su matador. Los pseudo-ecologistas urbanos, que van a las zonas rurales de excursión de fin de semana, o durante la semana a recoger setas, deben reconocer el hecho de que los verdaderos ecologistas eran nuestros abuelos, que mamaban de la tierra. Que la conocían. Aquellas personas que formaban parte de la tierra, desde que nacían, y que sabían como cuidarla y como poner orden en ella para que esta diera sus grandes frutos. O los que antes de matar la ternera para comerla, después de haberla alimentado y pastoreado durante meses, le piden perdón al oído antes de llevarla al matadero (porque se entienden y saben más que nadie lo que los animales sienten, al contrario que la panda de ecologistas neoyorkinos que se manifiestan en la Gran Manzana para que no se hagan corridas en Badajoz... y nunca han estado con un toro en su vida). O los que cortan el matorral inútil y agresivo que impide la circulación adecuada de los lindos riachuelos, con peligro de provocar un desbordamiento (gracias a los ecologistas posmodernos y a su influencia totalitaria, los dueños de parcelas con tales ejemplos de vegetación tienen que ver como sus terrenos pierden vida y calidad por no ser permitido podar estas especies).
Estos partidos ecologistas de marras, alegan que los defensores de los toros son un lobby y, por lo tanto, una minoría (un miembro del Partido para la Defensa de los Animales en Portugal lo ha dicho ayer en la televisión pública lusa). Significa esto que las minorías – de personas – no tienen derecho? Sería legítimo eliminar y censurar cualquier actividad libre de una asociación, por que la otra mayoría simplemente no le interesa? O sea, eliminamos el rugby, porque el deporte que aquí triunfa es el fútbol. O también podemos eliminar la cultura kurda, porque son más los que se identifican con valores turcos.
Creo que es una posición honrada el no defender los toros, el no gustar de ellos. La maquinaria totalitaria que nos quiere convertir en ovejas con idénticos gustos transforma esa opinión en una manifestación prohibitiva. El que simplemente no siente devoción por los toros, se convierte en anti-taurino. Con lo fácil que sería simplemente continuar la vida sin prestar atención a los toros! (fue lo que yo siempre hice!).
Decir que la cultura taurina es ofensiva es una manifestación hipócrita y demagoga, además de arrogante, y una falta de coherencia en términos económicos. Las ganancias que el mundo taurino da al país, a pesar de ser directamente a una minoría, en materia de empleo y hostelería, por poner un ejemplo, son una razón más para defender los toros, pues son tan significativas como para compensar a los que no disfrutan de los toros, como yo. Para una actividad económica que no necesita subsidios!