Son la paz y el bienestar pilares básicos del Estado contemporáneo europeo, con los cuales las personas (sin las cuales no se podría construir y sostener el apparatus del Estado) pueden realizarse con sus vidas, a través de sus familias, sus trabajos, sus amigos y su tiempo libre. Es el zapaterismo (espero que accidentalmente) que está haciendo todo lo contrario para evitar la desaparición de la paz y del bienestar, que la mayoría de las personas desean. No sólo olvidó de decirle a sus fieles que cuesta trabajo mantenerlo, si es que lo sabía, sino también fomentó y alentó las disputas ideológicas que tanto dano habían causado en este país. Por casi todos los momentos, estos debates siempre incómodos y estériles tuvieron preferencia en la agenda gubernamental, dejando la respuesta a la crisis al tiempo, para ver si este la arreglaba con sus brotes verdes.
Así, mientras los ideólogos “full-time” aún pasan más tiempo peleando para vencer con sus argumentos a sus teorías y recetas enemigas, la fricción social galopante en nuestra democracia se “institualiza”, perpetuando el conflicto entre ciudadanos, y las verdaderas insituciones políticas flaquean como nunca desde 1978. Los ideólogos “full-time”, que sólo ven a través de las lentes de su credo dogmático, invierten sus días de crisis en senalar con el dedo presuntos demonios extranjeros o indígenas, de traje y gel fijador, en lugar de examinar las causas estructrales reales de la quiebra de nuestra paz y nuestro bienestar (en principio, elementos comunes al conservadurismo y progresismo) sin prejuicios doctrinarios.
Existe en estos momentos una serie de críticos con la costumbre de atribuirle poderes totalitarios y demoníacos al neoliberalismo y al neoconservadurismo, escapándo de la cuestión principal (cometiendo además un gran disparate). Estos críticos no se darán cuenta -o sí- de que comparten con Franco las mismas obsesiones sobre una conspiración judeo-masónica, y olvidan que observando desde muy arriba los problemas, determinadas veces se pierde la perspectiva de los problemas más locales y el contacto con la vida terrena. Un poder totalitario se impregna en la sociedad, planificando las vidas de las personas y (para usar las palabras de la mayor filósofa sobre la materia, Hannah Arendt) anulando cualquier síntoma de espontaneidad. De entre los pecados del neoliberalismo y el neoconservadurismo, que como sistema de ideas humano e imperfecto los tiene, no se encuentran los totalitarios. De todas formas, ni Margaret Thachter, principal exponente de esta tradición en Europa, fue quien de anular las políticas sociales – visó entre otras redisenar algunos elementos para eliminar las burocracias ineficientes que interrumpían el acceso a los servicios por parte de los británicos. Vivienda, educación y salud continuaron a ser intocables, para que después de unos anos, Tony Blair, retomase algunos de los conceptos sobre políticas sociales de la tory para desarrollarlos e incrementar así la eficiencia y la universalidad del sistema de bienestar. La competencia entre diversas entidades para la oferta de servicios públicos fue clave para su mejoría.
Así, mientras los ideólogos “full-time” aún pasan más tiempo peleando para vencer con sus argumentos a sus teorías y recetas enemigas, la fricción social galopante en nuestra democracia se “institualiza”, perpetuando el conflicto entre ciudadanos, y las verdaderas insituciones políticas flaquean como nunca desde 1978. Los ideólogos “full-time”, que sólo ven a través de las lentes de su credo dogmático, invierten sus días de crisis en senalar con el dedo presuntos demonios extranjeros o indígenas, de traje y gel fijador, en lugar de examinar las causas estructrales reales de la quiebra de nuestra paz y nuestro bienestar (en principio, elementos comunes al conservadurismo y progresismo) sin prejuicios doctrinarios.
Existe en estos momentos una serie de críticos con la costumbre de atribuirle poderes totalitarios y demoníacos al neoliberalismo y al neoconservadurismo, escapándo de la cuestión principal (cometiendo además un gran disparate). Estos críticos no se darán cuenta -o sí- de que comparten con Franco las mismas obsesiones sobre una conspiración judeo-masónica, y olvidan que observando desde muy arriba los problemas, determinadas veces se pierde la perspectiva de los problemas más locales y el contacto con la vida terrena. Un poder totalitario se impregna en la sociedad, planificando las vidas de las personas y (para usar las palabras de la mayor filósofa sobre la materia, Hannah Arendt) anulando cualquier síntoma de espontaneidad. De entre los pecados del neoliberalismo y el neoconservadurismo, que como sistema de ideas humano e imperfecto los tiene, no se encuentran los totalitarios. De todas formas, ni Margaret Thachter, principal exponente de esta tradición en Europa, fue quien de anular las políticas sociales – visó entre otras redisenar algunos elementos para eliminar las burocracias ineficientes que interrumpían el acceso a los servicios por parte de los británicos. Vivienda, educación y salud continuaron a ser intocables, para que después de unos anos, Tony Blair, retomase algunos de los conceptos sobre políticas sociales de la tory para desarrollarlos e incrementar así la eficiencia y la universalidad del sistema de bienestar. La competencia entre diversas entidades para la oferta de servicios públicos fue clave para su mejoría.
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