Jun 4, 2010

Dogma de fé y dogmatismo ideológico

Los militantes del laicismo más injusto continúan a defender una falacia que en un país normal, estaría ya totalmente fuera de cuestión. Consiste en reclamar la total separación de la Iglesia y el Estado, debido a la aconfesionalidad del Estado. Y digo, esto está totalmente fuera de cuestión pues el Estado es aconfesional desde los tiempos de nuestra democracia moderna.
De forma cruel, tratando católicos como fanáticos atrasados, los militantes reclaman la ausencia de cualquier elemento moral o ético que proceda de la religión católica. La libertad religiosa se traduce en la total ausencia de ella en el espacio público, contribuyendo así a que católicos tengan que esconder algo por lo que no se deben sentir culpables, sientiéndose penalizados, e por algunos comentadores atacados, simplemente por su fé. Esta actitud laica viola el principio de la libertad y pluralismo, fomenta la dictadura de la razón única, y nos deja más expuestos a un relativismo moral que discrimina a quien profese una religión, en este caso la católica, que por su parte, acepta y fomenta la separación de Iglesia y Estado. Cuando el Estado laico decide unilateralmente censurar la libertad religiosa, o la exposición de ciertos valores originados en el cristianismo, viola el principio de la división, por invadir el espacio de la fé con sus doctrinas laicistas. El Estado así adquiere una dimensión doctrinaria, una personalidad ideológica sostenida por sus elites, que sólo puede desembocar en terror y en la mitigación de cualquier espontaneidad religiosa.
Es además muy normal escuchar a ciertos comunistas o ateos hacer referencia a las palabras del evangelio “a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”(Mt. 22, 15-21). Llamazares se ayudaba de esta frase para recriminarle en las Cortes a Zapatero el asistir a una misa con Obama. Es normalmente incómodo oír a gente que se declara públicamente no creyente, y que incluso ataca valores religiosos, recurrir a citas bíblicas. Sin embargo, es precisamente esa cita una de las más significativas en lo que dice sobre la división entre el poder temporal y el poder eterno. Una persona educada en la fé – cristiana – sabe de esta aclaración, por eso respeta la clara diferencia entre los dos ámbitos, así como la libertad y la dignidad de las personas aunque no crean en el segundo poder. La función de la fé, dándole un inmenso sentido a la vida personal y a la vida con el prójimo pero manteniéndola al margen de los temas terrenos – políticos – , sólo influyéndola indirectamente a través de la personalidad de uno. El dogma de fé no se discute en los parlamentos, pues no es un tema político. La libertad para la educación, o el acceso a una salud universal, así como temas que tocan valores, principios, o ciertas cuestiones sociales son claramente temas en los que la personalidad católica de un político puede influir, a sabiendas aún de aquella división, y aceptando la democracia pluralista.
Creo sinceramente que más peligroso que el dogma de fé (que no interfiere con la vida política ni con la problemática de la vida social), es el dogmatismo ideológico, que (siendo una cuestión terrena) es para sus fieles incuestionable y superior. Ante la elevación de estas doctrinas a un nivel de perfección humano casi divino (pero sin llegar a atribuírle la etiqueta de religión), se convierte en más fácil el sometimiento de la sociedad civil a una y sólo una ideología, en este caso laica, científica, y que, presuntuosa y creyéndose arrogantemente perfecta, trata de eliminar la pluralidad y todas las otras ideas incómodas para ella, pero que son inherentes de la verdadera libertad cívica. Todo esto, para alcanzar la sociedad y el ser humano perfectos, a costa del desaparecimiento de la vida pública de lo diferente.
Al menos, católicos tienen la humildad de reconocer que son pecadores.

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