Foto diario ABC
Este artículo fue escrito a causa de la suspensión de las misas en la Universidad de Barcelona, por esta no haber podido garantizar la seguridad de los estudiantes y profesores católicos.Que estudiantes cristianos sufran acoso y represión por poner en práctica su fe – de manera pacífica y más bien discreta – en la universidad, sería una noticia más si esto sucediese en Egipto, Irán o Libia (con todo mi respeto a los ciudadanos de dichos países). Que suceda en un país como el nuestro es solamente un pálido reflejo, como tantos otros, de lo que somos.
Como pueblo o pueblos, tenemos y conseguimos, en la práctica, aquello que nos merece nuestro grado de belleza política (aunque infelizmente esto realmente suene como una contradicción en los términos). Sin embargo, no sé realmente si nos asiste el derecho de disturbar, afear, y comprometer el futuro de los más jóvenes y de los que aún no han nacido, con este discurso fanático que se traduce en las penas de naturaleza violenta y agresiva que ahogan nuestra sociedad (el terrorismo nacionalista y el anticlericalismo radical del que fuimos testigos esta semana, son dos ejemplos). La moderación, ese estado al que raramente se apela en España, hace con que, si nos equivocamos, no nos equivoquemos de forma grandiosa, y podamos corregir nuestra conducta fácilmente. Sin embargo, ese espejo de nuestras acciones, nos muestra como está el patio, lejos de aquel punto y con tendencia a alejarse más. En fin, no estamos muy lindos.
En este país ibérico, pensar en nuestras diferencias nos ha hecho ignorar nuestras afinidades y convergencias más profundamente humanas. El bien común, lo común. Con el permiso y el perdón del lector, “profanando” y utilizando el método retórico de Shylock en El Mercader de Venecia, pregunto si será que no todo el mundo prefiere vivir en paz. Será que sólo los unos sienten dolor, y los otros no? Será que la compasión es patrimonio exclusivamente de algunos? Será que sólo unos sangran, pero los otros no? Será que unos tienen sensibilidad, y otros reniegan de ella? Será que si descalifico al vecino, me irá mejor a mí? Será justo para mi vecino que yo saque provecho y abuse de lo público? Para Kant, la conducta humana se debía regir por una ley moral, evacuada de todo contenido material, que más o menos dice: “actúa de forma que aquello que quieres, pueda ser también querido por todos en todas las circunstancias”. Es imposible cumplir con ese padrón, pero sirve para caminar. Tampoco nos hacemos eco de otra máxima de uno de los padres de la izquierda moderna, el polémico pero excepcional J.J. Rousseau, cuando decía que “la primera ley, la única ley fundamental que fluye inmediatamente del pacto social es que cada uno prefiera en todas las cosas el mayor bien de todos”. Su noción moral y política de voluntad general, esa expresión de un mínimo de intereses comunes, susceptible de reconocimiento por todos los paisanos, – aún como ideal –, es una de las grandes faltas en España: voluntad general centrada en el bien común. Cuando algunos hablan de la necesidad de encontrar una solución a la crisis moral, para solucionar la otra, están, entre otras cosas, hablando de esto. Y no solucionar aquella crisis, como es obvio, no adelanta nada.
Por qué entonces, en estas alturas del campeonato XXI, nos dividimos? Por qué nos atacamos? Por qué unos jóvenes que – como dicen en mi pueblo – no han comenzado todavía a vivir atacan a sus compañeros por celebrar una misa? Será solamente por tener un rincón en una universidad pública y celebrar un acto religioso micro-reducido? En qué ofende este acto pacífico a los que no participan en él? Será que ese público católico es fundamentalista y representa una amenaza? Será que son ellos quienes perturban y amenazan el status quo?
Dudo sobre si lo más llamativo de la cuestión no es realmente que haya un espacio en una universidad pública donde el público católico sea agredido y reprimido – plantear eso como normal es ya un oscuro síntoma. Cuestiono el lavado de manos, y la pasividad y tolerancia de la institución pública con esa intolerancia, con ese discurso y puesta en práctica del odio. Necesito que me aclaren si 'lo público' está equivocado por permitir un acto de fe pacífico y solemne en un espacio público, o por otro lado, 'lo público' está en lo cierto con su permisividad ante lo radical, lo insultante, lo violento, lo desordenado. Cuál de estas dos opciones se ampara dentro de la libertad religiosa (es decir, de la libertad)? Será cierto que la institución universitaria confunde la buena conducta con la mala, y viceversa? Será verdad que llegó el momento en el que se aplaude la mala conducta instintivamente? Será que el estudiante católico y catalán que acude a la capilla, no siente, no sangra, no se ríe, no llora, como los otros catalanes, como los gallegos, madrileños, vascos, ateos, hindúes, o chinos?