
Si el genocidio, para Churchill, era el “crimen sin nombre”, tampoco puede haber palabras para describir esta otra atrocidad. No entra en la cabeza de un ser humano una acción tan cruel, sanguinaria, mezquina, terrorífica, como ésta. El adjetivo de animal sería un calificativo demasiado benevolente que no merece ser usado para el peor de los pecados, el que estos hombres infringieron sobre la adolescente Aisha.
Desde hace unos meses, el presidente de Afganistán, Hamid Karzai, ha expresado su deseo de negociar con los talibanes – o sus “hermanos ofendidos”, como él les llama. O sea, negociar la paz con asesinos fanáticos. Ante una pregunta sobre la viabilidad de los derechos humanos en tales negociaciones, el mismo presidente le respondió al director de Human Rights Watch: “qué es más importante, el derecho de una niña a ir a la escuela, o salvarle la vida?”. Este raciocinio llama la atención de primeras. Hay algo que no encaja en todo esto. Será que negociar con asesinos ciertamente va a salvar vidas? O de forma similar, será que se puede negociar con asesinos para salvar vidas a costa de los derechos de los niños a una vida digna? O, será que vale la pena salvar vidas para que después los talibanes dispongan de ellas de forma atroz? Son preguntas inevitables, a las que solo encuentro una respuesta. El único sentido hacia el que el camino a la paz debe estar dirigido debe contener esos derechos básicos. La lucha por esos derechos de los jóvenes – y no jóvenes – afganos (siendo el objetivo educativo una de las líneas maestras) presupone la vida, y obviamente, la libertad. Negociar la vida con asesinos, o la libertad con fundamentalistas islámicos, que son enemigos frontales de esos mismos derechos, es un sinsentido. Es totalmente absurdo.
Así como son totalmente tristes y decepcionantes las afirmaciones del general Petraeus, en las que declara que las fuerzas de la OTAN facilitaron el paso a un talibán para formar parte de esas “negociaciones de paz”. No es un secreto a voces que Obama no gastaría un centabo más en esa guerra, por motivos económicos y electorales. Motivos que, al fin y al cabo, vienen siendo la misma razón, vestida de causa y consecuencia: "no money, no party", como me decía un amigo. En principio -- aunque la estrategia aún es revisable -- el demócrata anunció el inicio de la retirada de sus tropas para julio del 2011. El costo es altísimo para el taxpayer norteamericano. Sin embargo, permitir y legitimar un lugar a los talibanes en esas "negociaciones de paz" quiere decir que, después de casi diez primaveras de inconmensurables esfuerzos, los aliados están renunciando a todo lo hecho. Después de tantas turbulencias domésticas en los países occidentales, incluyendo España, cuando más o menos llegamos a un acuerdo tácito sobre la necesidad de la intervención en Afganistán, nos encontramos con que quienes encabezaban esa misión permiten y contribuyen a que los talibanes negocien una paz. Todo para encontrar una vía de salida rápida y sin escrúpulos. Qué estará pensando Aisha?
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