Reuters

A estas alturas, lo acontecido en Francia durante los últimos días no debería dejarnos boquiabiertos. O por lo menos cuando analizamos la normalidad o frecuencia casi anual de eventos de este género en el país vecino. Sin embargo, si tomamos en cuenta cada evento aislado, tenemos el derecho de decir expresiones como: “Coño, cómo se lo montan estos franceses!”, “Qué exagerados son!”, o “Sólo saben hacer huelgas y quemar coches”. Bueno, no es esto sobre lo que deseo llamar la atención. Por una vez, no vamos a centrarnos en las protestas “per sé”, sino en los motivos de las protestas.
Esta vez Sarkozy anuncia una reforma en las pensiones, en la que sobre todo trasciende la mudanza en la edad de jubilación. “De 65 a 67 años”, podrán decir algunos. No. Sarkozy quiere que la gente se jubile a los 62. En lugar de a los 60. Tiene narices este gabacho (...y realmente las tiene). Reconocer que ese sistema era insostenible (principalmente al juntar factores como la crisis demográfica que nos asola y el aumento de esperanza de vida, solo se puede llegar a esa conclusión) en un país como Francia, y mantener esa posición firme durante las protestas, indica el sentido de estado y la responsabilidad del presidente francés. Resulta curioso, no obstante, que si en otros países europeos ya casi nos dimos por vencido por esa reforma en la que nos dicen que nos retiraremos a los 67 – en lugar de los 65, nuestros presidentes no se atrevieron en un primer momento a afrontar la realidad de la situación económica para evitar --atrasar-- problemas con la sociedad. No existió por aquí, ni en España ni en Portugal, el valor en nuestros líderes para explicarnos la dura realidad, y la necesidad de ciertas medidas. De hecho, negaron la realidad o transmitieron otra hasta que el desastre era evidente.
Esta vez Sarkozy anuncia una reforma en las pensiones, en la que sobre todo trasciende la mudanza en la edad de jubilación. “De 65 a 67 años”, podrán decir algunos. No. Sarkozy quiere que la gente se jubile a los 62. En lugar de a los 60. Tiene narices este gabacho (...y realmente las tiene). Reconocer que ese sistema era insostenible (principalmente al juntar factores como la crisis demográfica que nos asola y el aumento de esperanza de vida, solo se puede llegar a esa conclusión) en un país como Francia, y mantener esa posición firme durante las protestas, indica el sentido de estado y la responsabilidad del presidente francés. Resulta curioso, no obstante, que si en otros países europeos ya casi nos dimos por vencido por esa reforma en la que nos dicen que nos retiraremos a los 67 – en lugar de los 65, nuestros presidentes no se atrevieron en un primer momento a afrontar la realidad de la situación económica para evitar --atrasar-- problemas con la sociedad. No existió por aquí, ni en España ni en Portugal, el valor en nuestros líderes para explicarnos la dura realidad, y la necesidad de ciertas medidas. De hecho, negaron la realidad o transmitieron otra hasta que el desastre era evidente.
Pero, a pesar de estas protestas – turbulencias, destrozos y líos callejeros que van desde quemar coches hasta impedir el abastecimiento de combustible, pasando por la cancelación de vuelos – Sarzozy decide ir adelante. O sea, no da un paso atrás. No le importan las consecuencias. No le importa tomar medidas impopulares (con la que está cayendo, diría que son ultra-super-impopulares). Y no oculta su pensamiento sobre la necesidad de acabar con la insostenibilidad del sistema. Si por aquí fuesen así de francos y hubiesen dicho las verdades, por muy impopulares que fuesen, otro gallo cantaría! Pero ser impopular puede provocar dejar a uno fuera del poder, perder apoyos y votos...
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